Mensaje de Pascua de Resurrección 2018 del Cardenal Ricardo Ezzati
01 de Abril de 2018

"A quienes están viviendo esta Pascua en el lecho de la enfermedad, en la soledad de una cárcel, en el abandono de la ancianidad o en las calles de la desolación; a quienes buscan consuelo o una mano tendida; a los niños, a los jóvenes, a las familias, a los ancianos, a todos y todas, les deseo una Pascua llena de fe, esperanza y de amor", señala el Arzobispo de Santiago en su mensaje.

 

A continuación el texto completo del mensaje de Pascua de Resurrección del Arzobispo de Santiago, Cardenal Ricardo Ezzati.  

Hermanas y hermanos, Amigos y amigas que buscan la verdad, el bien, la belleza, y la solidaridad.

¡Qué hermosa es la noche de Pascua, iluminada por el resplandor de Jesús Resucitado! ¡Cuánta esperanza despierta en el mundo entero; cuánta esperanza en nuestro propio corazón inquieto!

Es la noche que proclama la llegada de los tiempos nuevos y definitivos para quienes anhelan ser más y vivir mejor; la noche en la que las cadenas de la esclavitud y del odio quedan derrotadas y nace el hombre nuevo, la mujer nueva, la nueva humanidad, en toda su belleza y dignidad; la noche que, en la Persona de Jesús resucitado, resplandece el camino, la  verdad y la vida y se abren las puertas a una nueva manera de vivir y de convivir en la fraternidad y paz.

A la luz del Resucitado, con confianza y optimismo, podemos contemplar la historia personal y colectiva, descubriendo en ella la presencia fecunda de la semilla de la eternidad y de un futuro mejor, ese futuro al que aspiran los pueblos, al que anhelamos y queremos fundar, en la justicia, la fraternidad y la paz. Una cultura que llegue a hundir sus raíces en la victoria definitiva de Cristo sobre el mal y la muerte y en su mensaje de reconciliación y de vida abundante para todos. A la  luz  de aquel que, resucitando ha vencido, fundados en su amor redentor, podemos dar gracias  por el don de la vida y del  amor que florece en miles y miles de hogares chilenos; por la  consistencia y el desarrollo democrático de nuestro país; por el compromiso solidario de tantas  instituciones, públicas y privadas; por el corazón generoso de hombres y mujeres  de  bien,    riqueza incalculable de nuestras ciudades y campos, a lo largo y ancho de la Patria entera.

Sí, tenemos muchísimo que agradecer. La semilla de resurrección sembrada en nuestra  tierra, es la Pascua de Jesús y el anuncio de su Evangelio,  vida fecunda, que como sucede en el desierto   después de la sequía de algunos años,  vuelve a florecer y  asombrar por su belleza. 

Solo la fe purificada y renovada de quienes creen en Cristo hará posible,  hoy  también, el paso de  una "comunidad abatida",  a una "comunidad misericordiada" y a una "comunidad   transfigurada",  como lo aseguró el Papa Francisco en su reciente visita a Chile.

En este clima espiritual  de renovación, acogemos la alegría del Señor Resucitado y nos volvemos    a Él para descubrir la inspiración y la fuerza que nos lleva a superar la desconfianza y la duda y a  caminar hacia una fe más sincera y comprometida.

Aparece, entonces a virtud de la fe que es lo contrario a la desconfianza y al abatimiento. En esa fe sobrenatural se funda también la fe humana en las personas y en su capacidad de bien; la fe en el  diálogo, los acuerdos, la búsqueda honesta del bien común,  que es el bien de todos;  la fe en la amistad cívica que permite que siendo muchos, formemos un solo hogar.

Junto a la fe, habita siempre la esperanza, esa virtud humilde y necesaria, que invocamos cuando    no acertamos el camino, nos cansamos o desconfiamos de la ruta que quisiéramos seguir. Es la virtud de lo imposible: esa virtud que hace florecer los desiertos y que se palpa en los brotes de un árbol caído. La esperanza que surge, nueva y novedosa,  del  vientre de una madre encinta,  al dar  a luz el fruto de sus entrañas. Es la esperanza inscrita en el ADN de cada persona y que regala  "ojos de Pascua capaces de mirar la muerte hasta ver en ella la vida; las culpas hasta ver el perdón,   la separación hasta ver la unidad; las heridas hasta ver la gloria; el hombre hasta ver a Dios y Dios hasta ver en él al hombre."

Y, así como en el corazón de la Fe habita la verdad y la certeza, en el corazón de la esperanza va creciendo el amor. El amor que invita a creer, a esperar y a comprometerse. El que ama de verdad, sabe que, aunque deba pasar por la cruz de la incomprensión y hasta del martirio, nada en este  mundo, lo puede destruir. El amor siempre puede más, siempre puede romper barreras e ir más allá. La Pascua de Jesús señala la medida del  amor: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo." (Jn 13, 1).

Fe, esperanza y caridad: regalo de Cristo Resucitado para todos

A quienes  están viviendo esta Pascua en el lecho de la enfermedad, en la soledad de una cárcel, en el abandono de la ancianidad o en las calles de la desolación; a quienes buscan consuelo o una mano tendida; a los niños, a los jóvenes, a las familias, a los ancianos, a todos y todas, les deseo una Pascua llena de fe, esperanza y de amor.

Amigos todos de esta gran ciudad que compartimos, reciban un cordial saludo pascual y el deseo de bendición y de paz  que brota de Jesús resucitado y, como regalo de resurrección, díganle a cada persona que encuentran: Alégrate, de verdad, el Señor ha resucitado. Con él puedes ser protagonista de cosas grandes.

Feliz fiesta de Pascua.

+Ricardo Ezzati Andrello,

Cardenal Arzobispo de Santiago

Fuente: Comunicaciones Iglesia de Santiago 
 

 

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